Una
fina voluta de humo que mana de un cenicero en un rincón del escritorio, se
contonea perezosa en su lento ascenso al techo, cargando el ambiente de un ligero
olor rancio que se extiende por la pequeña habitación como una neblina.
Un lápiz
rasga el papel blanco con un trazo cargado de significado: Una historia ha
nacido.
Es
frágil: apenas un suspiro, una gota de lluvia en la ventana o el sonido de una
puerta al cerrarse será suficiente para que desaparezca, como un fantasma, diluyéndose
en el viento con suavidad, pero inexorablemente.
Probablemente
muera antes de su madurez, puede que viva diez páginas, tal vez cien, quizá
mil.
Realmente,
la gran mayoría morirá antes de dar sus primeros pasos en este mundo, otras
tantas nunca serán terminadas.
Es
triste, frustrante, desalentador como poco.
Solía
preguntarme si era necesario, si merecía la pena seguir intentándolo, el peso
de cuántas muertes más podía soportar mi conciencia. Pero no parecía importar
el número de ellas que asesinara cada noche, muchas más ansiaban nacer. Algunas
pasaban simplemente de largo, dejando el regusto dulce de una idea. Otras, mas persistentes, se aferraban con firmeza y tenía que hacer auténticos
esfuerzos para que se fueran. Pero algunas no admitían réplicas, se negaban a
soltarme hasta estar en el papel. Podía intentar ignorarlas: días, semanas,
meses…pero siempre acababan venciendo y yo sumaba un nuevo peso a mi
conciencia.
Una
noche no pude más, iba a abandonar la pluma para siempre, y a punto estuve. Entonces,
y sobre todo por que sentía que no solo era decisión mía, hablé en voz alta: “¿Por
qué?” dije “¿Qué sentido tiene seguir? Si no soy capaz de hacerlo, me niego a
esta masacre”
Y lo oí…me
pareció oírlo, o quizá solo fue mi imaginación, pero dijeron: “Una de nosotras
será eterna”
Entonces
lo entendí: Más vale intentarlo y fallar, aunque duela y el error sea lo mejor
a lo que se puede aspirar, que renunciar a la posibilidad de conseguirlo.
Reinar
vale la ambición, aunque sea en el infierno.
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